domingo, 15 de abril de 2012

 

UN CASO DE INFIDELIDAD

UN CASO DE INFIDELIDAD





¿Cuándo muere un amor? Es difícil saberlo, pero empieza a agonizar cuando la rutina sustituye al cariño, cuando solo se discute de dinero y la confianza se reduce a guardar silencio, a fin de evitar discusiones y esperar a que se calmen las cosas.
Ya no se trata de salvar un matrimonio, si no de aceptarlo tal y cual es, resignándose a seguir viviendo sin más esperanzas que el día de hoy sea menos tedioso que el de ayer. La pareja se sienta a la mesa, come en silencio, se comentan cosas sin importancia y cada uno se retira. Él, sin más preocupación de que lo deje en paz. Y ella, de que no se olvide de pagar las cuentas de fin de mes y que al menos lave sus platos al volver a la cocina.
Durante mucho tiempo Juan Diego acepto esto, pero una mañana, al salir al trabajo, pensó que había olvidado algo, volvió a su casa y por unos segundos vio a su esposa María... Ya no era la jovencita inexperta que conoció una vez, ingeniosa y ocurrente, que siempre lo aguardaba con un beso y le hacia bromas de todo tipo. Los años habían pasado y la noto indiferente, cansada, aburrida por todo. Como él, su rostro tenía algunas arrugas y aunque teñía sus cabellos, también había encanecido… Y fue entonces que se atrevió a pensar: “¿Es que ya no queda nada entre los dos? ¿En que nos hemos convertido?”
María había llegado a esta misma conclusión hacia mucho tiempo. Se caso con muchas ilusiones, convencida que los problemas se irían arreglando con el tiempo. No imagino que esos problemas serían desplazados por otros más urgentes. Y su juventud paso y llego el momento en que descubrió que del amor no se vive. Se sintió tan fastidiada de todo que muy en el fondo deseo que un día Juan Diego se fuera a su trabajo y no volviera más. 
Nada en especial paso aquel día, pero la noche del día siguiente, Juan Diego, luego de lavar sus platos, dijo que se sentía un poco mal, que necesitaba tomar aire y que quería dar algunas vueltas por el barrio. Tardo varias horas en llegar, pero lo noto tan abatido y tan triste, que no quiso hacerle el menor reproche. Para entonces María casi podía adivinar sus pensamientos y dedujo que lo último que deseaba en un momento así era comenzar una discusión.
Hacia mucho que no dormían juntos. Cada uno tenía su propia alcoba, pero noto que Juan Diego tuvo encendida la luz de su cuarto hasta muy tarde. En otros tiempos le preguntado que le pasaba. Pero estaba tan cansada que luego de ver la televisión se quedo dormida como un tronco.
Así fue durante algunas semanas, pero una tarde noto que Juan Diego parecía más animado. Como era usual, apenas hablaron, pero le pareció que por momentos, creyendo que ella no le veía, sonreía y hasta suspiraba. No salió aquella noche, y su cuarto permaneció a oscuras mientras él murmuraba palabras que decía con entusiasmo, con ternura, como una vez le había hablado a ella cuando eran chicos y creían en algo llamado amor...
Empezó a salir por las noches, no regresaba muy tarde, pero lo notaba cada vez más cambiado. Como si hubiese recuperado el deseo de vivir, de tener ilusiones, hasta de ser feliz… Ella había esperado un momento así hacia mucho tiempo. Lo único que esperaba era que Juan Diego tuviese la decencia de decirle que se había cansado de ella y que quería iniciar otra vida en otra parte y con otra persona.
Por momentos Juan Diego se le quedaba mirando, como si tratase de decirle algo importante… Pero prefería dejarlo para después. A María no le sorprendió que tuviese más cuidado con su forma de vestir, que se mostrase más seguro de si mismo cada vez que los visitaba alguien. Una noche tuvieron una fiesta en casa y como es lo usual, los hombres se quedaron a un lado emborrachándose. En esos momentos se dice de todo y en cierto momento lo escucho decir que la vida es una, que ya había hecho todo lo que tenía o podía hacer, que las pocas puertas que le quedaban se estaban cerrando. Unos años más y comenzaría la vejez. Para los demás sería como un mueble que al que nadie tomaría en cuenta. Al parecer de los demás no tendría sentimientos y no les importaría su soledad, su tristeza, su necesidad de cariño. Su matrimonio era una burla… Y ella debía pensar lo mismo.
Este comentario hirió a María en lo más vivo. Pero no hubo discusión por que en efecto ella había pensando muchas veces en estas mismas cosas.
La tormenta se sentía en el aire. Todos en el barrio esperaban que ocurriera algo. Pero lo que fuese, nunca ocurrió. Un día Juan Diego volvió a casa más desanimado que nunca. Estaba claro que otra puerta se había cerrado ante él. María prefirió no hacerle la menor pregunta y hacer de cuenta que nada había ocurrido. Estaban cansados de todo, conscientes que la vejez los rondaba y no valía la pena amargarse la vida una vez más.
Aquella noche, el cuarto de Juan Diego permaneció a oscuras, pero esta vez María escucho por primera vez sus lamentos y el rumor de sus lágrimas.




Lima, 14.04.12